La inusual imagen de un grupo de científicos de Moscú inoculándose un prototipo de vacuna contra el nuevo coronavirus ilustra, de algún modo, la ambición de Rusia en la carrera mundial por encontrar un remedio para la covid-19.


Al frente del instituto de investigación Gamaleya, Alaexander Guintsburg afirmó haberse inyectado él mismo una vacuna de vector viral. Si hizo algo tan distinto al protocolo habitual fue para acelerar el proceso científico al máximo y poder terminar los ensayos clínicos en verano. 

Y es que Rusia dijo alto y claro que quiere ser el primero o uno de los primeros países en desarrollar una vacuna contra el virus que se ha cobrado más de 360.000 vidas en todo el mundo. 

El programa del instituto Gamaleya solo es uno de los muchos proyectos presentados al presidente Vladimir Putin. Otros están dirigidos por consorcios público-privados o por el Ministerio de Defensa. 

Varios responsables llegaron incluso a asegurarle al jefe del Kremlin que podría haber una vacuna lista antes de que termine el verano, con lo que Rusia adelantaría a decenas de proyectos que se están llevando a cabo en China, Estados Unidos y Europa.

Sin embargo, hubo quien se manifestó en contra de esta tendencia y advirtió que Rusia no debería confundir rapidez con precipitación.

La Asociación Nacional de Organizaciones de Investigación Clínica denunció que los experimentos de Gamaleya suponen una «violación flagrante de los fundamentos de la investigación clínica, de la legislación rusa y de las normas internacionales», resultado de la presión que ejercen las autoridades nacionales.

– Prestigio -«Estoy profundamente preocupado por las promesas de hacer una vacuna para septiembre», señaló, por su parte, Vitali Zverev, uno de los responsables del Instituto público Mechinkov para vacunas y sueros.

«Esto me recuerda a una carrera, no me gusta», insistió.

Tanto Rusia como el resto del mundo tendrán que enfrentar importantes desafíos económicos, pues las finanzas mundiales han quedado totalmente perturbadas por los meses de confinamiento decretado para frenar la pandemia

Sin embargo, para muchos responsables, la vuelta a la normalidad solo podrá llegar cuando se encuentre la ansiada vacuna.

Se trata, además, de una cuestión de prestigio.

En tiempos de la Unión Soviética, el sector tenía fama de ser uno de los mejores del mundo, con la producción de 1.500 millones de dosis que sirvieron para erradicar la viruela en el mundo.

Pero la investigación médica rusa, como muchas otras industrias, se hundió completamente en los años 1990.

El centro estatal Vektor era una de las joyas de la corona. Hoy, espera ganar la carrera por la vacuna contra el nuevo coronavirus y emprendió varios proyectos, colaborando en algunos casos con empresas privadas.

El problema, según Alexander Lukashev, director del Instituto Martsinovski de parasitología médica, es que la investigación rusa lo tiene muy difícil para pasar del laboratorio al mundo exterior, a pesar de que tanto ésta como los científicos sean de gran calidad.

«No conozco ninguna [nueva] vacuna producida de forma masiva por Rusia ni de la que se hayan utilizado más de un millón de dosis», explicó, «mientras que tan solo a esos niveles podemos evaluar [la eficacia] de una vacuna» a largo plazo.

– Desconfianza -En este sentido, citó los estudios que se realizaron sobre unos prototipos de vacuna bastante prometedores contra el SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) que azotó a Asia en 2012 y que era similar al nuevo coronavirus, pero que resultaron dar lugar a inmonopatologías.

Esto significa que la respuesta inmunitaria de los sujetos vacunados agravó los síntomas tiempo después, a veces incluso años más tarde.

Además, en las circunstancias actuales, «el desarrollo de una vacuna es una cuestión de prestigio nacional» para Rusia, apuntó Lukashev. 

Otra particularidad rusa es la desconfianza de las autoridades frente a cualquier implicación extranjera cuando se trata de estudiar «material biológico» ruso.

Los intentos del Instituto Mechinkov de cooperar con el European Virus Archive, una organización destinada a facilitar los intercambios científicos, se vieron mermados porque Rusia prohíbe que se compartan sus cepas virales. 

«Nuestros colegas nos envían virus, pero nosotros no podemos darles los nuestros», lamentó Zverev.