El ritmo de contagio de la COVID-19 ha vuelto a crecer en algunos países de Oriente Medio tras el periodo del ramadán, mientras algunos Estados vacilan entre avanzar en la desescalada para animar la economía y la evidencia de que prácticamente ninguno ha llegado aún al pico de la enfermedad.
Los musulmanes acabaron el 23 de mayo uno de los peores meses de ramadán que recuerdan. Entre restricciones y toques de queda, millones de personas en Oriente Medio pasaron uno de los momentos más críticos para la expansión de la enfermedad por la familiaridad y sociabilidad de las fechas.
Dos semanas después de fin del ramadán, Arabia Saudí se convirtió hoy en el primer país árabe en llegar a 100.000 casos de COVID-19.
El reino aplicó un duro toque de queda en el tramo final del ramadán y quiso dar paso a una desescalada en tres fases que ya ha tenido que suspender en Yeda, la segunda ciudad del país, por el incremento de casos.
Arabia Saudí ha pasado de 2.646 a 3.121 entre el 23 de mayo pero no ha sido el único. Varios países han visto incrementar también el ritmo de contagios diarios en ese lapso: Irak pasó de 87 a 1.252, en Egipto de 783 a 1.348 y en Irán se saltó de 2.311 a 3.574 hasta el pasado viernes.
La OMS ve incrementos preocupantes
La Organización Mundial de la Salud (OMS) cree que los incrementos son «preocupantes», según indicó a Efe Richard Brennan, director de Emergencia para la región del Mediterráneo Oriental de la OMS, que abarca desde Marruecos hasta Afganistán.
Brennan señaló que «probablemente» en este aumento de las cifras se mezclen el resultado del incremento de los test en algunos países con la propagación real de la enfermedad, aunque indicó que aún se necesitan «un par de semanas» para determinar las causas del crecimiento, ya que cada país tiene sus circunstancias.
Sin embargo, en su opinión, en algunos países, que no identificó, las medidas de relajación «no han sido tan estructuradas» a la hora de determinar si había condiciones para aplicarlas.
En naciones como Irak los toques de queda han sido intermitentes y, en Egipto, las autoridades comenzaron a reactivar algunas actividades económicas como permitir mínimos de ocupación hotelera.
Brennan destacó que «la gente está cansándose de tener sus movimientos restringidos» y algunas limitaciones «puede que no sean tan estrictas como eran antes, especialmente para aquellos cerca de la línea de la pobreza que trabajan en el sector informal» y a quienes estas medidas golpean «duro».
«En países donde se ve una disminución del número de casos es razonable comenzar a relajar algunas de esas medidas, creo que cuando empezamos a ver relajación en las medidas, mientras la COVID sigue subiendo, eso es lo problemático», señaló Brennan.
Subrayó que la OMS es muy consciente del impacto económico y social que está teniendo la pandemia, pero reiteró que algunas medidas pueden suponer «un dolor a corto plazo y una ganancia a más largo plazo».
Yemen un caso aparte
A pesar de que la situación se ha ido complicando en varios países de la región, el del Yemen, un país destruido por la guerra y sin una estructura sanitaria capaz de responder, es el peor de los casos.
«Creemos que la situación es mucho peor de lo que marcan las cifras oficiales», dijo Brennan, para quien «hay un sustancial subregistro sobre la cifra real».
«Estamos trabajando sobre la asunción de que tenemos una transmisión a nivel de comunidad, en las dos partes en el norte y en el sur. Sería poco razonable pensar de otra manera», añadió.
Las autoridades yemeníes han reportado hasta el momento 486 casos y 112 muertos por COVID-19 en el Yemen, pero organizaciones como Médicos Sin Fronteras, que tienen el único hospital preparado para tratar la enfermedad en Aden (sur), habla de decenas de muertos con síntomas de coronavirus.
Brennan recordó que hasta el momento apenas diez de las 21 provincias del país dan datos y que es «prácticamente imposible» coordinar una respuesta cuando el país está dividido en bandos en medio de una guerra